¿Será?
El sábado 27 de octubre de 1962, el avión espía “americano” U-2, piloteado por el mayor Rudolph Anderson, que había tomado y llevado a su país las fotografías originales de las instalaciones de los misiles nucleares que los soviéticos instalaron en la Cuba de Castro, se vino abajo sobre territorio cubano. Cuando ese extraño “pájaro”, con sus amplias alas como de planeador, de más de veinticinco metros de lado a lado fue derribado, la “Crisis de los Cohetes” casi estalló con él. En la Casa Blanca empezaron los preparativos para la guerra, mientras Bobby Kennedy informaba: “el nudo empieza a apretarnos el cuello a todos... y los puentes para escapar se están viniendo abajo.”
Pero, ¿quién había disparado el proyectil que echó abajo el avión U-2 y casi dio comienzo a la Tercera Guerra Mundial... o a la total destrucción del mundo como lo conocíamos entonces?
La historia nos llegó por vía de Carlos Franqui, hombre de máxima confianza de Castro para la época: “Ese sábado Castro llevó su jeep a Pinar del Río y se dirigió a una de las bases de cohetes rusos, donde los generales soviéticos lo llevaron a hacer un recorrido por sus instalaciones. Justo en ese momento, un avión americano U-2 apareció en una pantalla de radar. Fidel preguntó cómo se protegerían los soviéticos en la guerra si ése hubiera sido un avión de ataque en lugar de un avión de reconocimiento. Los rusos le mostraron los proyectiles de tierra a aire y dijeron que todo lo que tenían que hacer era apretar un botón y el avión estallaría en el aire.”
“¿Cuál botón?, preguntó Fidel.
“Éste”, indicó uno de los rusos.
“Fidel lo apretó y el cohete echó abajo el U-2...
Los rusos estaban consternados, pero Castro dijo simplemente: <<Bueno, ahora veremos si hay guerra o no...>>”
El evento era tan atroz e inmensamente grave, que ambas partes --- la rusa y la “americana” --- trataron de minimizarlo. La versión “oficial” bilateral, fue que el misil lo disparó “por error” el General Georgy A. Voronkov, el comandante de la base soviética de Pinar del Río, quien más tarde fue “retirado” y enviado a vivir a Odessa.
La destrucción del U-2 llevó en forma directa a la posibilidad real de que los Estados Unidos atacaran a Cuba a primeras horas de ese domingo 28 de octubre o, en su defecto, que los soviéticos aceptaran retirar los cohetes nucleares a cambio de la promesa norteamericana de no invadir a Cuba. Sucedió, afortunadamente, lo segundo.
La crisis había terminado. Castro observó con esos misteriosos y desconfiados ojos suyos, cómo el mundo aplaudía a la administración Kennedy por no humillar a Kruschev y, al mismo tiempo, lograr que sacaran de ahí a los cohetes rusos. Observó cómo los mismos soldados soviéticos que habían traído los proyectiles a Cuba los desmantelaban ahora y los embarcaban de regreso a casa. Castro se quedó solo, más furioso que nunca. Había aprendido por primera vez que a pesar de la forma brillante en que había manipulado las imágenes del mundo moderno, cuando se trataba de llegar a las mismas “decisiones fundamentales”, aisladamente las grandes potencias tomaban ellas mismas esas grandes decisiones.
Cuando los proyectiles empezaron a salir de la isla, la lengua de Castro explotó con cuanta maldición y cuantas palabras obscenas pudo encontrar. Insultó a Kruschev frente a los directores del periódico “Revolución” gritando: “¡Hijo de puta! ¡Bastardo! ¡Pendejo!” Pero el insulto que más disfrutó Fidel fue llamarle maricón a Nikita. (En Cuba se puso de moda aquella frase: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita...”) Mientras seguía lanzando maldiciones, Castro se dio la vuelta y en forma violenta pateó el enorme espejo que colgaba en el muro. Una verdadera lluvia de vidrios cayó sobre la oficina.
Una islita de rumberos y barbudos “tercermundistas” había puesto en jaque --- casi “mate” --- a una poderosa nación y al mundo entero. Había provocado la mayor crisis de la “guerra fría” que hubiera podido haber sido mil veces más dramática para los Estados Unidos --- y para el resto del mundo ---, que las dos guerras mundiales juntas. Al país del norte le llevó décadas enteras recuperarse de aquel desastre que pudo haberse evitado con un pequeño apoyo aéreo cuando los “americanos” soltaron a los muchachos de la Brigada en Playa Girón. Muerto el perro se hubiera acabado la rabia. Si Castro pudo desafiar a los “gringos”, cualquiera podría hacerlo... o al menos pensar que podría.
Ese es el socio mayor del Sr. Chávez, con quien nos tenemos que enfrentar cuarenta años más tarde, el mismo que tiene como meta apoderarse de esta tierra de gente tan linda… y tan INOCENTE.
Y yo me pregunto, ¿será que les tocará una a los buenos? ¿Será que esas muchachas tan bellas con sus lindos rostros pintados de bandera, con sus pitos y cacerolas le romperán el corazón y pondrán a semejante bestia en su justo lugar? ¿Será que gente tan noble como Elías Santana -- con su desobediencia civil -- le enseñará una lección de civismo, urbanidad y humanidad a aquel que un día intentó destruir al mundo porque veía que las dos superpotencias se revestían de cordura? ¿Será?
El Hatillo, 9 de febrero de 2003